Empieza el calorcito, los cerezos echan flor y los cursos de catequesis llegan a su fin porque en mes y medio no habrá domingo sin comunión. Las parroquias y las iglesias se llenan de niñas de blanco y niños de marinerito, y también de algún transgresor de la moda de las comuniones que arriesga un poquito, pero pocos.
La primera comunión es una de esas fiestas que les vuelven locas a las familias católicas. Es una excusa maravillosa para juntar a toda la familia, darse un buen banquete y bailar y cantar como si no hubiera un mañana. Las comuniones de mi hermana y la mía se recuerdan en mi familia de forma épica, con flamenco sin parar y mucha, mucha comida (y bebida también, pero yo por entonces no me enteraba mucho de esas cosas). Además han sido las únicas de la familia, porque mis primos no las han celebrado, así que el recuerdo ha ganado también en importancia.

Mi madre ha hecho regalos para algunas comuniones. Estos en concreto eran para los niños que celebraban su fiesta, pero haciéndolos un poco más sencillos se pueden hacer como regalito para los invitados. Los broches son de fieltro, personalizados con los peinados y los trajes esbozados de cada niño. Para que, aunque sea un muñeco, el protagonista de la gran fiesta pueda identificarse en él.

Los dos anteriores están hechos con absoluto detalle y un diseño muy dulce, pero a mi particularmente, que me encantan los dibujos animados, me chifla este último broche con ese toque a caricatura. Es un pelín más sencillo, pero funciona igual de bien por esa simpatía del diseño.
Y a vosotros, ¿cuál os gusta más?
